Joseph von Mering, el médico alemán que, como ya comentamos en el blog, colaboró en el descubrimiento de los barbitúricos y de las aplicaciones terapéuticas del paracetamol, tuvo otra notable aportación al mundo de la ciencia.
Su gran descubrimiento en el campo de la medicina ocurrió en 1889 en la Universidad de Estrasburgo (Francia) mientras estudiaba con su colega el fisiólogo lituano Oskar Minkowski la función del páncreas en la digestión. En uno de los experimentos que llevaron a cabo, le extirparon este órgano anficrino a un perro para estudiarlo bajo el microscopio.
Tras su pancreatectomía, el animal, que estaba entrenado para no hacer pis fuera de su sitio, comenzó a orinar frecuentemente por el suelo del laboratorio. El cuidador del can observó su poliuria, signo común de la diabetes, y además se percató de una nube de moscas que rondaba la orina.
Alertó a los investigadores de este curioso hecho, y al comprobar la composición del orín descubrieron que poseía una concentración muy elevada en glucosa (glicosuria), otro signo habitual de la diabetes mellitus que ya fue descrito en 1675 por el médico inglés Thomas Willis, y conocido desde la Antigüedad por los Egipcios y otras culturas.
Por casualidad, von Mering y Minkowski habían provocado la enfermedad dulce en un pobre perro, y llegaron a la conclusión de que el páncreas contenía reguladores que controlaban la concentración de azúcar en sangre o glucemia. Su trabajo permitió profundizar la investigación sobre la relación este órgano con la diabetes, y finalmente llevó al descubrimiento de la hormona peptídica insulina, secretada por las células beta del páncreas y empleada de forma subcutánea desde el S. XX como tratamiento de la diabetes mellitus tipo 1 o insulinodependiente.
Estructura de un hexámero de insulina: La insulina se almacena en el organismo de esta forma, pero es activa como monómero. Foto de Isaac Yonemoto. |
Anécdota inspirada por el libro "¡Qué divertida es la ciencia!" de Muy Interesante (2002)