Desde hace siglos, los tatuajes acompañan a los humanos, y aunque mudemos alrededor de un millón de células de la epidermis cada día, los tatuajes se quedan ahí.
Como muchos sabréis, en la técnica del tatuaje se insertan pigmentos con una aguja en una capa más profunda llamada dermis. Cada vez que la aguja atraviesa la epidermis y se inserta en la dermis, desencadena una alerta para iniciar el proceso inflamatorio y células inmunes acuden al lugar de la erosión para “arreglar” el follón. Es precisamente este proceso el que hace que los tatuajes sean permanentes: los macrófagos fagocitan los pigmentos para intentar eliminarlos del cuerpo.
Algunos regresan a los nódulos linfáticos pero otros se quedan en la dermis, produciendo el color que se ve a través de la piel.
Los fibroblastos, por otro lado, también pueden engullir partículas de pigmento. Estas células de la dermis se quedan ahí para siempre, o al menos hasta que los macrófagos poco a poco vayan devorando la tinta cumpliendo su función de eliminar del organismo los cuerpos extraños.
Es decir, que poco a poco nuestro cuerpo intentará deshacerse del tatuaje, lo que se traduce en un color menos intenso y líneas menos definidas.
La degradación de los pigmentos también se produce por radiación ultravioleta, pero el uso de cremas solares la previene.
"¿Por qué son permanentes los tatuajes?" fue publicado originalmente en la Revista Intersanitaria Nacional Salus.